RECORDATORIO. A poco más de un mes de su partida, no quería que se fuera agosto sin recordar con profundo afecto a Osvaldo Pollo Acuña, el “verdadero” Pollo. Lo conocí -permítanme redactar a modo de “bitácora de viaje” esta nota- cuando las canchas de Resistencia se llenaban sí o si y cuando los equipos tenían la hermosa costumbre de entrar al rectángulo de juego perfectamente alineados, en fila india y al trote para allí encaminarse al aro que les tocaba y comenzaban sus “bandejas”. Recuerdo, perfectamente, cuando en el estadio de Hindú -aquél que aun albergaba la cancha “subterránea” a la que se ingresaba bajando unos escalones en la esquina- comenzaba el rumor de “ahí viene Hindú, ahí viene Hindú” y todos nos preparábamos para ver el ingreso del Bólido verde. Y fue en ésa hermosa época en que tuve la suerte de verlo jugar al Pollo “original”. Tremendo perimetral ya en ésa época con una altura que mas bien podría ser la de los internos de entonces. Y allí estaba él, implacable a la hora de encarar el aro. Un jugador de aquéllos que junto a otros “nombrecitos” – Percha Roig, Pato Muñiz, Puma Pirota entre otros- se cansaron de cargar de gloria al glorioso Verde. Pero Osvaldo no solo fue eso, fue también un tremendo papá, que en la época que yo organizaba los Intercolegiales, él se hacía presente para acompañar a, por ejemplo, Santiago -hoy conocido como “Pollo mayor”- cuando se coronaba -con su escuela de Comercio-, tras tres suplementarios, campeón ante un Villa colmado. Ese era, fue, el Pollo original: espectacular como jugador y padre. Y así quise recordarlo, con tardanza tal vez, pero con todo el aprecio y cariño posible ante un ser humano que, aun sin ser más que un “conocido” se mostró siempre cordial y buena gente con quien escribe estas líneas. Descansá en paz, Pollo. Un fuerte abrazo al cielo.